Estados Unidos, Europa y China adoptan enfoques distintos en la transformación energética, mientras que América Latina busca oportunidades para integrarse en las cadenas globales de valor. El Grupo Techint analiza cómo adaptarse a estos marcos, reconfigurando su estrategia y aprovechando oportunidades de regionalización y nearshoring.
En un escenario global marcado por tensiones geopolíticas y desafíos ambientales, Pablo G. Strada, Legal Sr Director - International Trade del Grupo Techint, y Lorena Tolaba, Legal Manager, analizaron cómo los enfoques de Estados Unidos y la Unión Europea difieren en la transición energética, y reflexionaron sobre el papel de China como líder tecnológico y las oportunidades de América Latina para integrarse en las cadenas globales de valor.
¿Cómo describirían el panorama actual de las regulaciones que impulsan la transición energética en Estados Unidos y en la Unión Europea?
Strada: Europa, atenta a sus demandas sociales, siempre tendió a regular, guiar y acompañar al sector privado, al mercado, hacia donde quiere ir en cuanto a subsidios y regulaciones energéticas, incluso sabiendo que algunas de esas actividades pueden no ser rentables al principio. Estados Unidos, en cambio, tiene una visión más schumpeteriana, de “destrucción creativa”: deja que el mercado actúe y luego ajusta si es necesario. Con la administración actual, se ha dado un giro respecto del Inflation Reduction Act (IRA) de la administración anterior. Donald Trump eliminó regulaciones de la Environmental Protection Agency (EPA) y adoptó un enfoque más de libre mercado y proinversión. La dirección no parece estar marcada por una preocupación ante la transición energética, que está en marcha, sino por garantizar energía abundante — de cualquier fuente, sea carbón, nuclear o petróleo— y reducir las trabas regulatorias a la inversión privada. Entonces, creo que estamos presenciando un cambio muy profundo, en el que se vuelven a separar las visiones y, por ende, los marcos normativos. Esto impacta en las cadenas de suministro y en la competitividad industrial: mientras Europa regula para el consumidor, EE. UU. facilita y protege al productor, lo que genera incentivos distintos para la inversión y producción.
Tolaba: Estados Unidos tuvo vaivenes muy marcados: durante su primer mandato, Trump se retiró del Acuerdo de París; luego, Joe Biden reingresó y ahora volvió a retirarse. Esto genera incertidumbre entre los inversores. El IRA había establecido incentivos claros para la transición, pero hoy la política energética vuelve a depender de la dinámica del mercado. Mientras tanto, la Unión Europea mantuvo su línea, incluso ante la crisis derivada de la guerra entre Rusia y Ucrania, que provocó un aumento de los costos energéticos y ralentizó algunos procesos. En este contexto, Estados Unidos se desmarcó, lo que redujo la presión global para avanzar en marcos regulatorios similares.
¿Cuánto influyó la nueva administración de Trump en los cambios de enfoque en materia de transición energética?
Strada: Fue un cambio radical respecto a la administración previa. Trump busca desarmar gran parte de lo implementado por su antecesor. El mensaje es claro: menos permisos, menos regulaciones, pero, al mismo tiempo, fomentando el “reshoring” y la creación de capacidad productiva en USA. Es un viraje no solo en energía, sino también en política exterior, inmigración y economía. Además, el contexto tecnológico y político influye. La demanda energética de la inteligencia artificial y de los data centers crece exponencialmente. Trump considera que Estados Unidos no puede depender de fuentes intermitentes como la energía solar, y por eso impulsa el regreso a la energía nuclear y a los combustibles fósiles, priorizando la producción nacional o en países aliados. Estados Unidos pasó de ser una hegemonía global a una potencia amenazada por el crecimiento exponencial de China y no tiene intención de ceder ante la posibilidad de un conflicto bélico. Busca volver a tener el control de toda la cadena, recuperando capacidad tecnológica y productiva. Ahora, si una empresa quiere evitar las tarifas, debe invertir en Estados Unidos. Es un modelo que prioriza la autosuficiencia y la competitividad local, aunque ello implique dejar de lado compromisos en materia de energía renovable.
Tolaba: En Europa, los cambios requieren el consenso de muchos países y una mayor burocracia, por lo que no se pueden realizar modificaciones tan repentinas. A diferencia de esto, en Estados Unidos, los cambios de gobierno permiten virajes en cualquier política, como vimos suceder con el IRA, que fue rápidamente modificado. Al ser uno solo, Estados Unidos se rige de otra manera. Por eso, en Europa hay proyectos a largo plazo —como el European Green Deal, el European Emissions Trading System (ETS) o el Carbon Border Adjustment Mechanism (CBAM) — que no pueden revertirse fácilmente, mientras que en Estados Unidos el enfoque puede cambiar con cada ciclo político.
En términos productivos, ¿cómo afectan al mercado europeo y al mercado americano estas desregulaciones de Trump y estos marcos normativos tan estrictos vigentes en la Unión Europea?
Tolaba: En Europa, los costos energéticos y laborales tienden a ser más altos, lo que contrarresta la producción. Sucede que termina siendo más económico importar manufacturas. El CBAM busca proteger a las industrias locales, pero al aplicarse solo a algunos sectores —como el acero o el aluminio—, puede incentivar la importación de manufacturas derivadas. En definitiva, es una discusión interna, pero Europa está privilegiando sus objetivos climáticos incluso a costa de perder competitividad industrial.
Strada: Europa se encuentra en una encrucijada. Produce menos acero, menos químicos y menos autos, mientras que Asia, encabezada por China, avanza con fuerza. Esta caída de la producción y los altos costos europeos de sostener las regulaciones tienen un impacto. De hecho, los partidos de centro derecha están ganando terreno en Alemania, Polonia y otros países, que protestan contra la burocracia de la Unión Europea.
Recientemente colapsaron las negociaciones internacionales para establecer un sistema de pagos por las emisiones de CO2 en el transporte marítimo. ¿Qué implicancias tiene esto para la transición energética global y para la competitividad de países y empresas?
Strada: Esta situación es un claro ejemplo de cómo la política y la regulación pueden impactar la descarbonización global. El transporte marítimo representa cerca del 3% de las emisiones de CO2 a nivel mundial, y un sistema vinculante de objetivos y pagos podría haber incentivado prácticas más limpias. Sin embargo, la falta de acuerdo, impulsada en gran parte por la postura de la administración de Trump y sus amenazas de represalias económicas y diplomáticas, evidencia lo complejo que resulta alinear a todos los actores a nivel internacional. El efecto inmediato es que la transición tecnológica de la industria se ralentiza: muchos pedidos de nuevos barcos podrían recaer en motores convencionales en lugar de combustibles limpios, y las inversiones en alternativas como los motores dual-fuel quedan en pausa. Además, se observa un dilema estratégico: países que avanzan solos en la reducción de emisiones, como Reino Unido o Alemania, asumen un costo alto, mientras que otros, como China, continúan aumentando sus emisiones. Esto plantea la pregunta de si vale la pena que algunos actores avancen por sí mismos sin un marco global coordinado. El CBAM europeo intenta responder a esto, estableciendo estándares para quienes quieran acceder a esos mercados, pero la experiencia reciente demuestra que la coordinación internacional sigue siendo un gran desafío.
En un contexto en el que América Latina aún carece de marcos regulatorios tan exigentes, ¿qué oportunidades y desafíos enfrenta la región y cómo puede posicionarse en la transición energética global?
Strada: Este contexto puede ser muy positivo. Las cadenas globales de valor se están reconfigurando, lo que abre espacios para integrarse. Estados Unidos y Europa buscan reducir su dependencia de China y necesitan nuevos socios regionales. América Latina, México, Canadá, y obviamente Argentina con sus recursos minerales y energéticos, pueden ocupar un rol clave. Además, esta reconfiguración permite a los países latinoamericanos rearmar sus cadenas de suministro, incrementar la inversión en manufacturas estratégicas y reducir los riesgos de dependencia tecnológica.
Tolaba: Coincido. Además, la región tiene hoy más flexibilidad. La presión por crear marcos regulatorios estrictos se redujo, lo que da margen para priorizar el desarrollo productivo; es decir, si en un momento tenés que priorizar la producción e incrementar emisiones en el corto o mediano plazo, tenés mayor libertad para hacerlo. Si bien las emisiones de la región son bajas en términos globales, hay oportunidades para exportar sin necesidad de transformaciones drásticas. También hay margen para implementar objetivos de eficiencia energética que se alineen con tendencias globales, sin la presión de cumplir plazos inmediatos.
Strada: Exacto. Ganamos tiempo. La aplicación de esquemas como los ETS locales o los impuestos al carbono, que se discutían hace algunos años, probablemente se postergue. Eso nos da margen para adaptarnos gradualmente.
¿Qué papel desempeña China en esta dinámica regulatoria y competitiva?
Strada: China se consolidó como el principal proveedor mundial de tecnología para la transición energética, con paneles solares, baterías y turbinas. Su estrategia fue clara: priorizar la producción y el liderazgo industrial, manteniendo un orden regulatorio macro, sin voluntad de cumplir con estándares ambientales exigentes como los europeos. China se enfocó en incrementar la producción, controlar la cadena de valor y desarrollar tecnología, alcanzando eficiencia y escala.
Tolaba: Europa decidió posicionarse como líder de la transición energética, protegiendo el ambiente y al consumidor, mientras promovía la producción sustentable; China, en cambio, priorizó el control y la producción tanto de la tecnología como el acceso a los insumos. Esa diferencia explica buena parte de los resultados. Mientras Europa enfrenta altos costos y desindustrialización, China logra eficiencia y escala, lo que vuelve más difícil competir con ella. Su acento en la transición energética tiene que ver más con razones de salud pública —por la polución en las ciudades— que con compromisos climáticos. China modernizó su industria sin frenar su crecimiento y dijo que seguirá emitiendo hasta 2060.
Strada: En resumen, Europa regula para proteger al consumidor; China, para proteger y facilitarle las cosas al productor. Y eso define modelos económicos y regulatorios completamente distintos.
Frente a estos marcos regulatorios, ¿qué desafíos deben afrontar las compañías internacionales y cómo se posiciona el Grupo ante las oportunidades y riesgos que surgen?
Strada: El riesgo cambió. Antes la preocupación era la hiperregulación y la necesidad de reportar constantemente. Hoy esa demanda disminuyó y el reporte ya no es la prioridad número uno. Actualmente, el foco está siendo más geopolítico: tarifas, sanciones o barreras comerciales que pueden surgir de un día para otro. Las empresas deben pensar muy bien dónde invertir y cómo diversificar riesgos. En el caso del Grupo, al tener su base en economías occidentales, creo que el contexto actual es favorable. La tendencia a rearmar las supply chains locales puede abrir nuevas oportunidades, tanto en el acero como en la construcción y en la transición energética. Los objetivos de descarbonización siguen vigentes, aunque con menos presión regulatoria inmediata. El énfasis recae en la eficiencia y la competitividad, no tanto en el costo del cumplimiento.
¿Estos marcos regulatorios están configurando un terreno de competencia equilibrado o una mayor fragmentación entre regiones? ¿Qué deberían tener en cuenta las empresas para anticiparse a los próximos cambios?
Strada: Si el mundo y los marcos regulatorios correspondientes se fragmentan y se reorganizan las cadenas de valor sin depender tanto de China, las oportunidades para América Latina aumentan. La geopolítica puede afectar las estrategias de posicionamiento, y si el mundo avanza hacia cierto “de-coupling” de China, entonces América Latina puede pensar en incrementar su rol en las cadenas de valor e industrialización. Las empresas deberán adaptarse a múltiples regulaciones, pero también podrán tener voz en su diseño, especialmente en sectores industriales estratégicos. Hoy Argentina genera energía nuclear y es uno de los pocos países que lo hacen, pudiendo ser uno de los países que participan en la toma de decisiones. Hoy, el enfoque de las políticas industriales está en el acero y las manufacturas, donde el Grupo tiene chances de jugar. La tendencia al cambio de dirección ya es positiva.
Tolaba: Esto se alinea con lo que venimos observando: los objetivos de transición y descarbonización seguirán en la agenda global, pero con menos presión por costos inmediatos, lo que permitirá planificar inversiones y producción con una visión más eficiente que estrictamente regulatoria.